¡Campeones: Maracanazo Argentino!
El país es un abrazo apretado, es Messi con Di María y Agüero, es Scaloni con Aimar, Ayala y Samuel, son los Martínez con los Romero, los Paredes con los De Paul, los Acuña con los Montiel, los Rodríguez con Lo Celso, sos vos con tu hijo que que te pide que lo lleves al Obelisco, son la generación Messi que por fin puede ver campeón a su ídolo y sentirse campeones ellos. Es Messi en el aire, revoleado por sus compañeros que cantan que de la mano de “Leo Messi todos la vuelta vamos a dar”.
Es el final de una historia, es el comienzo de otra. Argentina se quedó con la final de la Copa América, Argentina logró un Maracanazo, basta de imágenes tristes, basta de comer tanta mierda. La Selección levanta la copa, Brasil la mira, Messi es el rey en la tierra de ellos. Messi acaba de convertirse en eterno (si es que ya no lo era) para subirse al pedestal de la gloria. No es un Mundial, obvio, pero ganarle una final a Neymar, en su casa, a Bolsonaro que dijo que nos hacían cinco, lo hace parecer bastante a una Copa del Mundo.
No hay pandemia que pueda frenar esta emoción, son tantos años de frustraciones que hay abrazos del alma que no entienden de virus. Si el fútbol siempre fue mucho más que un deporte para los argentinos, una actividad en la que siempre buscamos que Messi o Maradona nos entregaran las alegrías (o soluciones) que no dieron los políticos de turno, en medio de este caos mundial esta alegría supera muchas barreras, calma angustias, exalta corazones.
Entonces, jugadores que antes de esta Copa América podían ir al supermercado y no ser reconocidos, hoy se convirtieron en héroes. Como le sucedió al Dibu Martínez en los penales con Colombia, a Guido Rodríguez por su gol a Uruguay o Nicolás González por dejar la vida en cada pelota. Son tres ejemplos, pueden ser un montón.
Porque Argentina sale campeón, corta el maleficio en el momento menos lógico de su historia: con un cuerpo técnico que no tenía experiencia, con un montón de jugadores que ni siquiera tuvieron su formación adecuada en los Juveniles por los desmanejos del 2007 al 2017, y que de repente, salieron a dar la cara, a respaldar a su capitán, al genio que bajaron del poster para transformarlo en compañero de emociones.
Un sentimiento, no traten de entenderlo. Por eso todos se tiran encima de la Copa, encima del capitán Leo, saben lo que tuvieron que trabajar durante estos 45 días. Los que debieron soportar no ver a sus familias (algunos fueron padres, otros no pudieron acompañar a familiares enfermos), los más de 30 hisopados, los más de 40 mil kilómetros recorridos, los más de diez vuelos, los siete partidos, para llegar a gritar campeón.
Esa burbuja que nunca se rompió, esas 70 personas que se juramentaron llegar hasta el último día, lo lograron y en el Maracaná tocaron el cielo con las manos. Ahí está Messi abrazando a Omar Souto el histórico dirigente que ya supera los 80 y que estaba en el predio cuando él arribo en 2004, lo mismo hace el 10 con el eterno utilero Marito Destéfano que también lo cuidó de pichón. Un día todos tuvieron la gloria.
Los jugadores cantan, bailan y no sienten el cansancio. Lo que es la adrenalina, el haber cumplido el máximo deseo de ellos, de un pueblo. Se juntan con la gente (esos privilegiados que podrán decir yo estuve ahí, yo estuve en el Maracaná y fui uno de los 2000 argentinos que hizo lo que todos querían), y se mueven para acá, se mueven para allá. Y suena el himno del 2014 (“Brasil decime qué se siente”), en el mismo escenario que llenó de tristeza a todos, siete años después fue una alegría difícil de describir.
Y como si no fuera demasiado premio haber ganado en la casa de tu clásico rival, este título te pone como el más campeón de la Copa América, alcanzando a Uruguay, sacándole más ventaja a Brasil. Argentina lo hizo, un país lo festeja. A Messi, que no brilló, el fútbol le pagó de la mejor manera, con una noche que no se olvidará nunca más. Con Diego festejando en el cielo y con él en la tierra.